~Para quienes se quedan, quienes extrañamos y los espacios intermedios.~

 

Una Temporada Que Contiene Tanto

Noviembre nos invita a profundizar.

Para mí, trae mi cumpleaños: un momento anual para reflexionar, hacer una pausa y notar cómo la vida sigue presentándose ante mí.

También trae una celebración nacional en Estados Unidos y en muchas partes del mundo, que tiene distintos significados para diferentes personas.

Para algunas, el Día de Acción de Gracias es un tiempo para reunirse con sus seres queridos.
Para otras, es un recordatorio de una historia dolorosa, especialmente para las comunidades indígenas en los Estados Unidos.

Ambas verdades existen y sí, ambas pueden coexistir. Pero no importa cómo —o si— celebras, hay algo que siempre permanece: 

“Los momentos de unión son sagrados.”

Y esta época del año nos recuerda cuántas personas están atravesando el duelo por quienes ya no se sentarán a la mesa.
Sea una pérdida reciente o antigua, ruidosa o silenciosa, visible o invisible, el duelo tiene una manera de caminar a nuestro lado durante esta temporada (y, en realidad, durante todas las temporadas).

Aun así, hay algo profundamente humano en decidir reunirse. En presentarse. En recordar. En volver a amar.

 

 

Somos Infinitos.

A medida que los días se acortan y el año comienza a desacelerar, algo dentro de nosotros también se aquieta. Y recordamos…

No solo a las personas que hemos perdido, sino también a las versiones de nosotros mismos que hemos dejado atrás. Las esperanzas que cambiaron. La suave melancolía con la que hemos aprendido a vivir.

Esta temporada nos invita a detenernos —no para arreglar nada, sino para sentarnos con lo que permanece. Y lo que permanece es esto:

“Estamos hechos de todo lo que hemos amado.
De todo lo que hemos perdido.
De todo lo que hemos sobrevivido.”

Eso es lo que nos hace infinitos —no en cuerpo, sino en recuerdos, en conexión, en legado.

El duelo es parte de ser infinitos. No es un extraño. No es un error. Es un compañero silencioso que camina a nuestro lado, recordándonos cuán profundamente hemos vivido y cuánto hemos amado.

 

N4-1

Los Que Se Quedan.

Y dentro de esa infinidad, hay un tipo de valentía silenciosa en quienes se quedan.
En quienes siguen presentes después del funeral, después del impacto, después de la ruptura, después de que el mundo sigue su curso.

En quienes continúan viviendo —no porque el dolor haya desaparecido, sino porque el amor les pide alimentar a los hijos, cuidar los recuerdos y sostener a otros mientras cargan su propia pena.

A veces, NOSOTROS somos quienes nos quedamos.

Llevamos las fotos, los rituales, las voces en nuestra mente. Volvemos a reír, incluso cuando duele. Celebramos cumpleaños con un nudo en la garganta. Encontramos sentido en la ausencia. Y eso también es sagrado.

Quedarse es elegir ser y estar presentes una y otra vez, incluso cuando el corazón quisiera seguir a quienes extrañamos.


Lo sé porque daría lo que fuera por sentarme en una mesa de un mercadito local y tomar otra cerveza con mi papá.
No puedo tener eso, pero puedo quedarme con quienes él más amó.

Y al quedarme, aprendí una verdad difícil pero transformadora: el amor no termina cuando alguien se va. Se transforma en un recuerdo, en risas, en los pequeños rituales de la vida cotidiana. 

Se convierte en parte de los espacios entre lo que fue y lo que sigue siendo —y ahí es donde aprendemos a seguir viviendo.

 

 

Los Espacios Intermedios

Aprendemos a seguir viviendo en los espacios intermedios— los espacios adonde los recuerdos permanecen pero adonde también la vida sigue sucediendo.

Son las mañanas en las que despertamos y decidimos intentarlo otra vez. Los momentos en que dejamos que la alegría se cuele de nuevo, aunque sea por un instante. Los días ordinarios que silenciosamente nos recuerdan que seguimos aquí, aún amando, aún transformándonos. Como las obras en proceso que seremos hasta el último día de nuestras vidas en esta tierra.

Hay algo sagrado en aquello que no podemos nombrar del todo: el espacio entre el hola y el adiós, entre el recuerdo y el momento, entre lo que fue y lo que permanece.

Quienes se han ido, aparecen cuando una canción familiar suena por sorpresa,
en el aroma de su perfume flotando en el aire cuando no hay nadie más alrededor, en la forma en que la luz del sol toca su foto sobre la mesa —exactamente como era la vida cuando estaban fisicamente aquí.

Estos espacios no están vacíos. Están llenos de presencia, de añoranza, de un amor que continúa más allá de la forma.
Son el lugar donde el recuerdo descansa, donde el duelo respira y donde la vida insiste en avanzar —pidiéndonos vivirla plenamente!

Porque tal vez esa sea la manera más sincera de honrar a quienes se fueron:
viviendo la vida que nos ayudaron a construir, llenando nuestros días de risa, de valentía y de significado.

Amando con la misma fuerza con la que siempre nos amaron y nos aman.

Nos recuerdan que no se trata solo de seguir adelante, sino de seguir con propósito —con amor, con lágrimas y sonrisas entrelazadas, a través de todos los espacios intermedios.

 

N3

Quienes Extrañamos

Pero en esos espacios intermedios hay nombres que nunca se desvanecen, aunque ya no se pronuncien en voz alta.

Para mí, uno de esos nombres es mi tía Lita —la hermana favorita y mejor amiga de mi mamá.

Ángela era mi tía; dejó este mundo físico en 2006. Luchó contra el cáncer de mama y luego contra el de riñón. Después de su tratamiento, un día sintió un dolor muy fuerte, regresó al hospital y, en una medida desesperada, el doctor le retiró el único riñón que le quedaba, enviándola de inmediato a un coma de dos semanas del cual nunca despertó.

Estuve a su lado durante esas dos semanas. Le hablaba y sabía que podía oírme; las lágrimas que corrían por sus mejillas me lo confirmaban. 

Hasta que una noche, mis amigos me sacaron del hospital para llevarme a la iglesia y diez minutos después de irme, recibí una llamada de mi hermana para decirme que—Ya lo adivinas, ¿cierto?—Mi tía se había ido.

Han pasado diecinueve años desde que esa mujer hermosa, alta y salvaje nos dejó, y de vez en cuando, los sábados por la tarde, aún puedo verla entrando por la puerta principal de la casa de mis padres.

Mi tiita fue mi segunda persona favorita en el mundo, y cada Navidad recuerdo cómo solíamos llamar a desconocidos solo para desearles Feliz Navidad con voz de Santa Claus, jaja… o al menos así creíamos que sonábamos jaja.

El amor, la bondad y el espíritu libre de mi tía siguen conmigo. Partes de ella viven en mí, en el tipo de tía que soy con mis sobrinos y sobrinas, cada vez que veo a sus hijas —mis primas, mis hermanas— y cada vez que veo a mi mamá.

Sus bromas y su risa aún flotan en el aire —suaves, familiares, reconfortantes y sanadoras.

Antes pensaba que el duelo se trataba de aprender a soltar. Ahora sé que trata de aprender a vivir de otra manera —de amar de nuevas formas, más allá del tiempo y del contacto físico.

Ella no se ha ido; simplemente cambió de forma.

La llevo conmigo, en cada acto de bondad, en cada vez que respiro con gratitud.
Recuerdo que el amor no termina: 

Se expande hasta el infinito y más allá. — Buzz Lightyear ♥

Y ha sido a través del duelo que he descubierto la resiliencia. Cada vez que me he permitido sentir mis heridas, el amor ha encontrado la manera de convertirlas en algo con significado, recordándome que ser humano es ser infinitamente moldeado no solo por lo que hemos perdido, sino por cómo seguimos amando.

 

 

Si, Somos Infinitos

A medida que esta temporada se acerca, tengo presente que recordar también es un acto de amor.
Qué honrar nuestro duelo es seguir amando —no de la manera en que lo hacíamos antes, sino en la manera en que ahora debemos.

Aprendemos a construir altares en el corazón. A pronunciar nombres en el silencio.
A encontrar lo sagrado en una tarde cualquiera o en la risa que vuelve cuando menos la esperamos.

El duelo siempre nos transformará. Pero el amor—el amor siempre encuentra su camino entre las grietas, suavizando lo que antes era insoportable, iluminando lo que permanece, dándonos esperanza para continuar e intentarlo una y otra vez.

Así que al reunirnos con nuestros seres queridos, hagámoslo con gratitud, con añoranza y con amor.
Que sea con las manos abiertas y el corazón dispuesto.

Recordemos que quienes extrañamos simplemente han tomado otra forma:
transformados en la luz,  y—si prestamos atención— nos mostrarán su presencia, en muchas, muchas maneras.

Y que nosotros, quienes seguimos aquí, sigamos eligiendo el amor como nuestro único camino hacia adelante.

Somos infinitos — hechos de amor, moldeados por nuestras pérdidas.
We are infinite — made of love, shaped by loss.